ÉXODO 19:10-25
“10 y el Señor le dijo:
—Ve y consagra al pueblo hoy y mañana. Diles que laven sus ropas 11 y que se preparen para el tercer día, porque en ese mismo día yo descenderé sobre el monte Sinaí, a la vista de todo el pueblo. 12 Pon un cerco alrededor del monte para que el pueblo no pase. Diles que no suban al monte, y que ni siquiera pongan un pie en él, pues cualquiera que lo toque será condenado a muerte. 13 Sea hombre o animal, no quedará con vida. Quien se atreva a tocarlo, morirá a pedradas o a flechazos. Solo podrán subir al monte cuando se oiga el toque largo de la trompeta.
14 En cuanto Moisés bajó del monte, consagró al pueblo; ellos, por su parte, lavaron sus ropas. 15 Luego Moisés les dijo: «Prepárense para el tercer día, y absténganse de relaciones sexuales».
16 En la madrugada del tercer día hubo truenos y relámpagos, y una densa nube se posó sobre el monte. Un toque muy fuerte de trompeta puso a temblar a todos los que estaban en el campamento. 17 Entonces Moisés sacó del campamento al pueblo para que fuera a su encuentro con Dios, y ellos se detuvieron al pie del monte Sinaí. 18 El monte estaba cubierto de humo, porque el Señor había descendido sobre él en medio de fuego. Era tanto el humo que salía del monte, que parecía un horno; todo el monte se sacudía violentamente, 19 y el sonido de la trompeta era cada vez más fuerte. Entonces habló Moisés, y Dios le respondió en el trueno.
20 El Señor descendió a la cumbre del monte Sinaí, y desde allí llamó a Moisés para que subiera. Cuando Moisés llegó a la cumbre, 21 el Señor le dijo:
—Baja y advierte al pueblo que no intenten ir más allá del cerco para verme, no sea que muchos de ellos pierdan la vida. 22 Hasta los sacerdotes que se acercan a mí deben consagrarse; de lo contrario, yo arremeteré contra ellos.
23 Moisés le dijo al Señor:
—El pueblo no puede subir al monte Sinaí, pues tú mismo nos has advertido: “Pon un cerco alrededor del monte, y conságramelo”.
24 El Señor le respondió:
—Baja y dile a Aarón que suba contigo. Pero ni los sacerdotes ni el pueblo deben intentar subir adonde estoy, pues de lo contrario, yo arremeteré contra ellos.
25 Moisés bajó y repitió eso mismo al pueblo.”
INTRODUCCIÓN
Como seres humanos evitamos las realidades difíciles de la vida: desde lo más burdo como subirse a una báscula, hasta lo más complejo como evitar reconocer nuestro orgullo y maldad. Por eso el cristianismo es difícil, verdadero pero crudamente difícil. El cristianismo es un encuentro con Dios, y con la realidad como es. Y aunque no siempre es fácil o agradable, en última instancia siempre es verdadero y por lo tanto mejor. En el pasaje de hoy vemos al pueblo hebreo teniendo un encuentro real con Dios. No una religiosidad fácil y cómoda, sino un verdadero encuentro con Dios. Veamos los tres elementos de un verdadero encuentro con Dios.
1. LA CONDICIÓN HUMANA: BAJEZA
ÉXODO 19:10-15
“10 y el Señor le dijo:
—Ve y consagra al pueblo hoy y mañana. Diles que laven sus ropas 11 y que se preparen para el tercer día, porque en ese mismo día yo descenderé sobre el monte Sinaí, a la vista de todo el pueblo. 12 Pon un cerco alrededor del monte para que el pueblo no pase. Diles que no suban al monte, y que ni siquiera pongan un pie en él, pues cualquiera que lo toque será condenado a muerte. 13 Sea hombre o animal, no quedará con vida. Quien se atreva a tocarlo, morirá a pedradas o a flechazos. Solo podrán subir al monte cuando se oiga el toque largo de la trompeta.
14 En cuanto Moisés bajó del monte, consagró al pueblo; ellos, por su parte, lavaron sus ropas. 15 Luego Moisés les dijo: «Prepárense para el tercer día, y absténganse de relaciones sexuales»”.
El primer elemento de un encuentro verdadero con Dios consiste en pararnos frente a un espejo espiritual, una báscula de santidad, o un cronómetro de nuestra condición ante Dios. ¿Cuál es nuestra condición humana? Bajeza.
En el humanismo se ha planteado que la fe se debe colocar en la capacidad humana. Al abandonar a Dios, se coloca la confianza en el ser humano. Se cree ciegamente, y en contra de toda evidencia, que somos buenos y muy capaces. Se considera que a través de nuestro esfuerzo, conocimiento y tecnología llegaremos a vivir el cielo en la tierra. De ahí vienen discursos como “si estudias una carrera, te esfuerzas, y eres una buena persona, podrás disfrutar de plenitud, felicidad, y paz”. Es una salvación por obras que te promete el cielo en esta vida y en última instancia idolatra a la humanidad.
Pero ahora, cada vez es posible ver a más personas abandonando esa idea. Ha llegado la generación desencantada, la que reconoce que el ser humano no es bueno, al contrario, es capaz de mucha maldad: abuso de poder, violencia, machismo, corrupción, hipocresía, dentro y fuera de las instituciones como las religiosas, el gobierno, la universidad, y el matrimonio. Esta generación desencantada prefiere ya no casarse, si al final terminará en divorcio. Opta por no tener hijos, si sólo estamos destruyendo el mundo. Mejor no me apego a una iglesia, si al final todas son irrelevantes. Y entonces, prefieren disfrutar lo más que sea posible: huir de esta realidad a través de viajes, videojuegos, sustancias, y fantasías.
Parece que la generación desencantada ya idolatra al ser humano, ante el fracaso de la salvación humanista ahora se opta por el animalismo y el ecologismo. Hay quienes consideran más valiosa la vida de un animal o un árbol que de un ser humano. Constantemente decimos que los ídolos fallan, y el ser humano como dios falla. Cuando intentamos colocar nuestra esperanza, en algo tan frágil, débil, y corrupto como la humanidad terminaremos desencantados. Y lo mismo sucederá con el animalismo y ecologismo. ¿Hay esperanza o tenemos que abandonarnos a la angustia, desaliento y pesimismo cínico? ¿Qué dice el cristianismo?
Contrario a la intuición, y a lo que muchas veces se ha predicado con el ejemplo, el cristianismo no es una salvación de obras que coloca la esperanza del mundo en los hombros de la humanidad. No creemos que somos buenos y justos en nosotros mismos. No afirmamos que si te esfuerzas y eres suficiente tendrás “todo”. Al contrario, reconocemos crudamente que somos peores de lo que nos gustaría aceptar. Entendemos que, si rechazo a Dios, construiré un ídolo de mí mismo y me aferraré a él neciamente, frustrantemente, e ilusamente, o me arrojaré al desencanto, vacío, y sinsentido, tratando de sobrellevar el dolor de una existencia absurda con placeres, personas y experiencias que saturen mis sentidos. Pero, si consideramos a Dios esto será diferente. No negaremos nuestra bajeza, la confirmamos, pero lo haremos sin destruir nuestra vida al reconocer a Dios y su majestad.
En el texto de Éxodo 19:10-15, Dios está preparando a su pueblo para tener un encuentro. Para estar listos debían consagrarse y esto implicaba el reconocimiento de su maldad e insuficiencia. Nos alistamos cuando no estamos acondicionados, nos lavamos cuando estamos sucios, nos distanciamos cuando no somos aptos para estar presentes. En este encuentro con Dios el pueblo no afirmaba su dignidad, reconoce su corrupción y bajeza.
2. LA CONDICIÓN DIVINA: MAJESTAD
ÉXODO 19:16-19
“16 En la madrugada del tercer día hubo truenos y relámpagos, y una densa nube se posó sobre el monte. Un toque muy fuerte de trompeta puso a temblar a todos los que estaban en el campamento. 17 Entonces Moisés sacó del campamento al pueblo para que fuera a su encuentro con Dios, y ellos se detuvieron al pie del monte Sinaí. 18 El monte estaba cubierto de humo, porque el Señor había descendido sobre él en medio de fuego. Era tanto el humo que salía del monte, que parecía un horno; todo el monte se sacudía violentamente, 19 y el sonido de la trompeta era cada vez más fuerte. Entonces habló Moisés, y Dios le respondió en el trueno.
El segundo elemento de un verdadero encuentro con Dios es el reconocimiento, asombro, y perplejidad de estar frente al Rey, y su temible y terrible majestad. Mientras que actualmente se tiende a “domesticar” a Dios, y reducirlo a una idea inofensiva, la verdad es que la Biblia nos muestra algo totalmente distinto.
En el humanismo se abandona a Dios para idolatrar al ser humano. La esperanza y fe se colocaba en la ciencia, el trabajo, y el esfuerzo. La religión se reducía a simple moralidad: cómo ser buenas personas. Dios no era más que una excusa para portarnos bien. Aún así, había un reconocimiento de lo sagrado: lugares, personas, y actividades más santas que otras. Aún el peor marido se comportaba en una catedral, se consideraba más “santa” la oración del pastor que la de cualquier cristiano, o se consideraba que leer la Biblia era una actividad de mayor categoría que el trabajo. Dentro del humanismo estaba presente la religiosidad institucionalizada.
Sin embargo, en la época del desencanto, la tendencia cultural es no reconocer que hay algo santo. Al contrario se trata de eliminar, comer, y devorar hasta que no haya nada sagrado, y todo sea mundano y meramente terrenal: el matrimonio, la vida humana, el trabajo, son absurdos que carecen de profundidad. Son ideas huecas incapaces de bendecirnos. Todo se ha vuelto meramente profano y mundano. Todo lo que antes se consideraba sagrado, ahora es objeto de burla y desprecio. Y si todo es mundano, ni siquiera la vida misma tiene valor, sentido, o significado. Al negar la realidad de Dios, hemos cometido suicidio espiritual.
Parece que la Escritura describe muy bien esta situación: “la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23). Cuando negamos neciamente a Dios, nos aferramos a la idolatría del corazón, la consecuencia es mortal. En el afán humano de ser suficiente, competente, y fuerte para sostener la propia vida, se ha rechazado a Aquel que es el único capaz de ser tan glorioso, eterno y grande para afirmarlo en una existencia plena. De ahí que para muchos la existencia misma sea pesada, cansada, y sin aliento. ¿Qué dice el cristianismo ante esto?
El cristianismo niega la división de que hay cosas santas y cosas mundanas. Afirmamos como Abraham Kuyper (filósofo reformado holandés): "¡No hay un centímetro cuadrado en todo el dominio de nuestra existencia humana por el cual Cristo, que es Soberano sobre todo, no clame, mío!". ¿Quién es este Dios que es Amo, Dueño y Señor de todo? Esta es la pregunta que le hicieron al pastor bautista Lockridge
La Biblia dice que mi rey
Es el rey de los judíos,
Él es el rey de Israel
Él es el rey de Justicia
Él es el rey de los siglos
Él es el rey de los cielos
Él es el rey de Gloria
Él es el rey de Reyes
Y el señor de Señores
¡Este es mi Rey!
Me pregunto ¿Lo conoces?
Mi rey es un rey Soberano
No hay manera de medir su amor ilimitado
Él es perdurablemente fuerte
Él es totalmente sincero
Es eternamente firme
Es inmortalmente lleno de gracia
Es imperialmente poderoso
Es imparcialmente misericordioso
¿Lo conoces?
Él es el mayor fenómeno
que ha cruzado el horizonte de este mundo
Él es el Hijo de Dios
Él es el salvador de los pecadores
Es la pieza central de la civilización
Él es incomparable
Él no tiene precedente
Es la idea más elevada de la literatura
Es la más alta personalidad en la filosofía
Él es la doctrina fundamental de la verdadera teología
Él es el único calificado para ser el Salvador todo suficiente
Me pregunto ¿Lo conoces?
Él suple de fortaleza a los débiles
Está disponible para los tentados y los afligidos
Él se compadece y salva
Él fortalece y sostiene
Él guarda y guía
Él sana a los enfermos
Él limpia a los leprosos
Él perdona a los pecadores
Él absuelve a los deudores
Él liberta a los cautivos
Él defiende a los débiles
Él bendice a los jóvenes
Él sirve a los desafortunados
Él guarda a los ancianos
Él recompensa a los diligentes
Él embellece a los humildes
¿Lo conoces?
Él es la clave del conocimiento
Él es la fuente a la sabiduría
Él es la entrada a la libertad
Él es el sendero hacia la paz
Él es el camino de justicia
Él es la autopista hacia la santidad
Él es la puerta a la gloria
¿Lo conoces?
Su vida es incomparable
Su bondad es ilimitada
Su misericordia es eterna
Su amor nunca cambia
Su palabra nos basta
Su gracia es suficiente
Su reino es justo
Su yugo es fácil y ligera su carga
Me gustaría describírtelo
Pero Él es indescriptible
Es incomprensible
Es invencible
Es irresistible
No puedes sacarlo de tu mente
No te lo puedes quitar de las manos
No puedes sobrevivir sin Él
Y no puedes vivir sin Él
¡Este es mi Rey!
Me pregunto, ¿lo conoces?
En Éxodo 19:16-19, encontramos una manifestación sobrecogedora de Dios: truenos, relámpagos, una densa nube de humo, terremotos y tronidos. El pueblo sabía que estaba frente a Dios majestuoso y soberano: el ser capaz de sostener el universo un la yema de sus dedos, y nuestra vida sin agotarse.
3. LA SOLUCIÓN: DIOS DESCENDIÓ
ÉXODO 19:20-25
20 El Señor descendió a la cumbre del monte Sinaí, y desde allí llamó a Moisés para que subiera. Cuando Moisés llegó a la cumbre, 21 el Señor le dijo:
—Baja y advierte al pueblo que no intenten ir más allá del cerco para verme, no sea que muchos de ellos pierdan la vida. 22 Hasta los sacerdotes que se acercan a mí deben consagrarse; de lo contrario, yo arremeteré contra ellos.
23 Moisés le dijo al Señor:
—El pueblo no puede subir al monte Sinaí, pues tú mismo nos has advertido: “Pon un cerco alrededor del monte, y conságramelo”.
24 El Señor le respondió:
—Baja y dile a Aarón que suba contigo. Pero ni los sacerdotes ni el pueblo deben intentar subir adonde estoy, pues de lo contrario, yo arremeteré contra ellos.
25 Moisés bajó y repitió eso mismo al pueblo.”
Por último, la tercera marca de un encuentro con Dios es el reconocimiento de su gracia: Dios descendió. Estando nosotros en nuestra bajeza, no se limito a observarte desde su trono celestial con desprecio e indiferencia. Dios descendió.
En el humanismo, la gracia no existe, sólo el esfuerzo. Se una buena persona y debes tener una buena vida. Si somos sabios, inteligentes y capaces, alcanzaremos la gloria terrenal. Podremos construir la utopía. Pero como toda religión falsa, el humanismo falla. La utopía humana sin Dios es una fantasía extremadamente frágil.
Por otro lado, en la generación desencantada tampoco hay gracia, sólo resignación y cinísmo. Abandonando a Dios y a la humanidad, no hay más que un vacío y angustia existencial insuperable. Un dolo agónico y absurdo. El resultado del desencanto, que viene del humanismo, es ver la existencia como un sufrimiento de la que hay que escapar con fantasías y distorsiones de la realidad.
¿Cuál es la respuesta cristiana? ¿Cómo superar el abismo entre mí bajeza y la majestad de Dios? Para nosotros es imposible, pero para Dios es posible. Dios descendió de su trono, gloria, y majestad para reunirse contigo y conmigo de manera inmerecida. Aquel que es el único sentido de la existencia, capaz de proveerte una identidad sana y no destructiva, quien puede sostenerte aún en la peor tormenta, descendió para ser tuyo y tú de Él. En el Sinaí, Dios descendió para encontrarse con un intercesor: Moisés, a quién le daría las leyes que indican cómo debemos de vivir para poder estar con Dios.
Pero años después, Dios volvería a descender encarnando como un bebé. Ya no había truenos y una nube, solo un bebé. Ya no había que mantener la distancia, inclusive los pastores de ovejas podían acerarse a él. Dios descendió naciendo como un bebé para después volverse a encontrar en un monte. Ya no Sinaí, sino el monte Calvario. Ya no para darnos mandatos para obedecer y ser suficientes por nosotros mismos. Sino para regalarnos a Aquel que ha cumplido la Ley en mi lugar. No es necesario que tú seas suficiente para tu vida, familia, o trabajo, mucho menos para Dios. Él es quien es suficiente para ti y para mí.
Mientras que el humanismo se aferra neciamente a la evidente nula capacidad humana para establecer el cielo en la tierra, y la generación del desencanto se aferra a huir infructuosamente de toda esperanza y sentido, el cristianismo ofrece agua al sediento, alimento al hambriento, paz al ansioso, descanso al cansado, valor al fracasado, identidad al inseguro, significado al vacío, esperanza al agotado. No por medio de tu esfuerzo de ascender a la gloria, sino del amor gratuito que movió el corazón de Dios a descender en gloria. Dios se humanó, no porque estuviéramos bien, sino para elevarnos junto con él.
La respuesta del Pastor Lockridge termina así: ¿Quién es mi Rey?
Los fariseos no podían soportarlo
Pero se dieron cuenta que no podían detenerlo
Pilatos no pudo encontrar ninguna falta en Él
Herodes no pudo matarlo
La muerte no pudo con Él
Y la tumba no lo pudo retener
¡Este es mi Rey!
¡Este es mi Rey!
Dios descendió para tener un encuentro con nosotros. Y las marcas de este encuentro son 3: una profunda convicción de nuestra bajeza, una profunda convicción de su majestad, un profundo alivio y gozo por su gracia. Dios descendió.